Los héroes anónimos
Bienvenidos a la Pequeña España
La polaca María Andrejczyk ganó la medalla de plata en la disciplina de lanzamiento de jabalina en los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020. Lo recuerdo con cariño porque yo estaba allí.
Cuando regresó a Polonia, María se enteró de que había una familia con un bebé de ocho meses que tenía una deficiencia cardíaca. Había que operarlo y la familia no tenía dinero. María, que no conocía a la familia y, mucho menos, al bebé, decidió subastar su medalla para sufragar los gastos de la operación, Hay que entender a los atletas profesionales, y no me refiero a los futbolistas, los tenistas o los pilotos de Fórmula Uno, todos millonarios. Para un atleta normal y corriente, que no gana mucho dinero, conquistar una medalla en los Juegos Olímpicos es el sueño de toda una vida.
Pues María subastó su medalla y una cadena de supermercados se la compró por ciento veintidós mil euros, que era más o menos la cantidad que faltaba para pagar la operación. Cogieron un avión, volaron a Estados Unidos y pudieron financiar un nuevo corazón para el bebé.
Hace un año, miles de españoles ayudaron con lo que pudieron a las víctimas de la gota fría y hace unos meses hicieron otro tanto con los incendios que devastaron media España. Hace un año, una familia obtuvo miles de apoyos y dinero para traer a casa a una joven que estaba en coma en un hospital tailandés.
Todas estas iniciativas fueron privadas y dicen mucho del carácter de la gente, de una comunidad que es heredera de nuestros valores cristianos, del derecho romano y de la filosofía griega. Esto no se improvisa, son siglos de trabajo. A mí me gustan los héroes anónimos porque no buscan la gloria, ni sacan beneficio alguno más allá de la satisfacción de ayudar al necesitado.
Hacemos lo que queremos con nuestro tiempo y nuestro dinero, porque para eso son nuestros. Se llama libertad. Lo público es otra cosa.
Un gobierno nunca debería usar dinero público para ayudar a gente que no me representa, que defienden causas con las que no me siento identificado y que desprecian a su propio país y a todos aquellos que no pensamos igual. Nos odian, pero les encanta nuestro dinero.
Me molesta mucho que se haya utilizado el dinero que tanto me cuesta ganar, no para construir un hospital, o una autopista, sino para repatriar a Ada Colau, a un par de terroristas y a gente ignorante, analfabeta y sectaria que rezuma odio por todo lo que es diferente.
Esto pasa aquí y en todos los países del mundo occidental porque nuestros dirigentes viven tan desconectados de la realidad que están convencidos de que el dinero público les pertenece y de que pueden disponer de nuestro esfuerzo como quieran y cuando lo deseen. Siempre hablo de la necesidad de educar a la sociedad, pero habría que ir todavía más lejos en materia política porque esos dirigentes pueden perder elecciones, incluso pueden enfrentarse a los tribunales cuando quebrantan la ley, pero nunca rinden cuentas por el dinero público dilapidado por motivos ideológicos.
Por eso es necesario establecer requisitos de entrada a la función pública, tanto profesionales como morales. Servir al país tiene que ser un sacrificio, nunca un privilegio hedonista. De lo contrario, seguiremos siendo las marionetas de unos tiranos sin escrúpulos.
Por cierto, María la polaca sigue siendo una mujer de bandera y el bebé, que ya tiene cinco años, está bien.
Hasta pronto