La maldición africana

En la película Diamantes de Sangre, Blood Diamonds en su versión original, el protagonista, Leonardo Di Caprio, resume el fondo del problema en una sola frase. Le dice esto a su coprotagonista: “a veces me pregunto si Dios nos perdonará por lo que nos hemos hecho los unos a los otros, y luego miro alrededor y veo que hace mucho tiempo que Dios abandonó este lugar.”
Esa es la historia de África.
Es el continente más rico del mundo en recursos naturales y humanos y es también el más pobre. Bienvenidos a África y, en este caso, bienvenidos a Sudán.

Nadie habla de Sudán porque a nadie le interesa. Me refiero a los medios de comunicación y a los partidos políticos. No hay debates, no hay cobertura mediática, no hay flotillas de la paz. Y, sin embargo, si hay una situación que resume perfectamente la maldición africana, esa situación se llama Sudán.
Sudán es un país enorme del este de África. Entre 1989 y 2019 gobierna con mano de hierro el dictador Omar Al Bashir. En 2011, después de unos combates horrorosos, como todas las guerras civiles, el sur del país obtiene la independencia. Esa guerra empezó, oficialmente, con la persecución de cristianos y amenitas por parte del gobierno central. En realidad, esos millones de perseguidos, esas víctimas, eran la excusa perfecta para declarar la guerra. En el sur de Sudán hay mucho petróleo, pero mucho, y algunos países occidentales decidieron apoyar a los sudistas a cambio de ese petróleo. Estados Unidos, Francia y Holanda, es decir, Exxon, Total y Shell, se quedaron con el oro negro a cambio de armas, apoyo logístico y diplomático.
En 2021 Al Bashir lleva dos años en el exilio y estalla otra guerra civil en Sudán entre las fuerzas gubernamentales y las milicias paramilitares de las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido, situadas en la región de Darfur, al oeste del país. ¿Por qué? Porque en esa zona hay mucho oro. De un lado están los soldados de Al Burhan, el mandamás de lo que queda de Sudán, y de otro, las tropas de un tipo al que llaman Yemeti.
Esto no va de derechos humanos, sino de poder y codicia. Aquí aparecen todos los actores de esta película. Egipto, Irán y Turquía apoyan a Al Burhan. Etiopía y Emiratos Árabes Unidos apoyan a Yemeti. Todos quieren el oro. Se estima que Yemeti obtiene mil millones de dólares anuales a cambio del oro que produce y Abu Dhabi quiere es oro.
En cuanto al petróleo, todos los que mandan están más o menos satisfechos porque, a pesar de la guerra civil y de la secesión del sur, el petróleo transita por Port Sudán, ciudad costera en el Mar Rojo convertida en la capital de Al Buhran, por donde sale el petróleo, y todos obtienen beneficios.
Y, en medio de esta escabechina, ha aparecido el de siempre, el que juega a dos bandas, Rusia. Putin apoya a Yemeti porque quiere su oro, pero también a Al Buhran, porque quiere una base naval en el Mar Rojo. Y Al Buhran ha dicho que sí. Y mientras los jefes de la guerra se hacen milmillonarios y las potencias extranjeras se llevan el oro y el petróleo, hay más de cuatrocientos mil muertos y trece millones de desplazados.
Pero estos miserables no le importan a nadie, hasta que llegan a las costas europeas. Entonces sí, entonces, hay un problema.
Esto es África y, nos guste o no, las consecuencias de nuestra indiferencia están golpeando nuestra sociedad porque esa indiferencia significa inmigración ilegal e incontrolada. Y no hacemos nada porque somos así de imbéciles. Pero, si algún día África despierta, si algún día aparecen líderes de verdad en África, que Dios nos coja confesados.
Hasta pronto.

Publicado el 19/11/2025
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